Llegó el día y era preciso hacer el viaje tan largamente planeado sin mayor consideración. De tal forma que, al instante de hacer la maleta, la ropa tuvo que entrar apretada y con descuento interior -ya se lavarán calzones conforme falte…-.
Al dicho de «en esta maleta no cabe casi nada…» conjuró la salida del departamento para sentarse en el andén a esperar el tren que le llevaría a Mazatlán. No podía menos que evocar aquella primera vez en que la mente le jugó una trastada atemporal al quedar sentado con los sesos triturados de mal de amor, sin tren.
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