Lástima que no haya billetes para maniquíes, porque te hubiera llevado conmigo.
La primera vez me fijé en tus ojos fijos sobre mí. Sí, tú también me mirabas. Viajaba todos los días para verte y memorizaba el encaje del sujetador que tapaba tímidamente tus pechos turgentes, la sensualidad de la seda vaporosa de tu camisón, tus piernas infinitas.

Un día llegué y no estabas, pero yo regreso todos los lunes con la esperanza de volver a contemplar tu belleza a través del cristal.

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