En esta maleta no cabe casi nada, pensaba yo mientras repasaba, de forma introspectiva, el devenir de mi vida. Ordenadamente veía la frustración, plegada, a la izquierda, encima del autoengaño que, como un bulto informe, quedaba fuera de la vista. Las vivencias, buenas y malas, rellenaban huecos y penas y alegrías servían de separación entre unas cosas y otras. Había calculado el espacio para el miedo, y no estaba seguro de que, una vez depositado en la maleta, pudiera cerrarla. Demasiado miedo me llevaba. No obstante, la presión emocional logró que cupiera todo y eché el cerrojo. Empezaba el viaje.

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