“En esta maleta no cabe casi nada…”, rezaba el nuevo eslogan. Había estado toda la noche delante de varios montones de hojas en blanco, que fueron tomando el tono gris y confuso de su cerebro y de la habitación, que olía a habano. Ahora adornaban el perímetro de la papelera.
Entre garabato y rayajo, fue tomando fuerza la idea absurda que tenía que vender, porque ella vendía ideas absurdas a gente muy absurda, pero como solía decir a sus amigas más íntimas: – “Esa gente paga mis zapatos Jimmy Choo”. ¿Quién compraría algo en que no cabe casi nada?
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