«En esta maleta no cabe casi nada» pienso.
Ante el fracaso de cerrar la maleta de cuero que yace sobre mi cama, la vuelco, vaciando todo su contenido y empaco solamente un par de libros y algunos de mis instrumentos médicos.
Con la maleta lista y mi sombrero de ala ancha bajo el brazo, saco del bolsillo mi reloj de cadena, debo partir cuanto antes, para no perder el tren.
Al abrir la puerta, el preticor me abofetea con el recuerdo del olor a putrefacción del cuerpo que arroje esta mañana al arroyo.
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