Cada golpe de minutero resuena como un trueno. Quedan sesenta golpes.

Años de espera y ahora no puedo escapar de esas rejas.

Ya vienen. Me muestran fotografías.

— ¡Sara!

— ¿La conoces? Está muerta.

Un silencio.

Sólo con ella, contemplando la ciudad desde lo alto. Navegó las aguas, saboreó, caminó, sobrevoló y amó todo lo que no pudo amar. Derramó la medicación sobre las aguas que arrastrarían la depresión. Ella juró curarle, el prometió vivir sólo la realidad que le corresponde, sin misterios.

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