Subes y bajas, te posas sobre atardeceres ajenos, los acaricias, les buscas los defectos. Recorres con dulce rabia manteles de lino crudo. Tocas cactus que no pinchan metidos en cestillos de paja. Delineas bicicletas. Expandes pequeñas auroras boreales acristaladas. Y aunque solo puedas mover esta mano, tu imaginación coge el vuelo de un instante, escarbando con la yema del dedo corazón los perfiles de otros.
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