Antes de que el viaje altere mi vieja y adolescente pasión por esa cruza de mármol y hombre; a golpes de cincel y punzón, quiero grabar en mi alma esa ideal y lejana belleza: desconocida certeza de formas que se despliegan en calma.
¿Advertirán mis dedos en contacto con el frío, pero vivo, mármol blanco -carne del crepúsculo y la aurora- que el río del tiempo no tuvo efecto sobre esas entre tantas piedras de su lecho? Al principio fue María dando el pecho; al último la piedad, no Él resurrecto.
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