Eran tantos los caminos a elegir que ni siquiera soñando era capaz de imaginarme el destino.
Me senté, cerré los ojos e intenté preparar sin dudas el viaje, pero en la primera intersección se paró el tiempo. Tardé diez años en superarla.
En la segunda, corrí el riesgo de elegir la vuelta, pero, después de ocho años, elegí seguir girando a la izquierda.
Y así fui soñando lo que algunos llaman «plan».
Cuando resolví todas las encrucijadas, listo para el viaje, estaban preparando mi entierro.
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