Las inmensas montañas se alzaban ante mi, impetuosas, majestuosas, a las que tenía que hacerles reverencia. A sus pies, rodeado de musgo estaba su imponente lago azul, en el que se mecía cantándole una nana al cielo.

Sus entrañas me llamaban, gritaban mi nombre, sus raíces, me envolvían el alma. Su magnitud me dejó maravillada, notaba como mis pulmones respiraban al son del viento que movía las ramas de los árboles, como un bonito vals, sintonizando con la naturaleza.

Estoy viva.

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