Me citó para aquella tarde, a las siete. No recuerdo si yo acudí o vino ella, pero nos encontramos. No hablamos, pero nos entendimos. Yo no me moví, no podía.
Ella tampoco se movió, parecía estar sentada frente a mí. Me contempló por unos instantes y, después, lentamente, su figura comenzó a alejarse en el espacio sin dejar de mirarme, hasta que no vi ni su rostro blanquecino, ni sus cabellos blancos. Yo regresé a mí.

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