El último empujón que le dio el chorizo la dejó tirada al borde de la acera, con la cabeza y la espalda apoyadas sobre uno de los contenedores de basura. La habían desplumado y se sentía desvalida e indefensa. Su bolso de firma, su reloj y hasta la última de sus joyas, se lo habían llevado todo… Durante el forcejeo, la laca empleada pocas horas antes en la ingeniería del ahuecado de su melena había hecho que varios mechones se quedasen disparados y desafiando a la gravedad en distintas direcciones. Además, sentada con las piernas abiertas de esa manera se le estaban echando a perder su carísimo traje de tweed y los zapatos, y la falda se le había subido tanto que sus voluminosas pantorrillas habían quedado prácticamente al descubierto. Pero nada de eso le importaba ahora ya. Se sentía desgraciada e impotente y no era capaz de moverse o hablar. Permaneció así, petrificada y en trance hasta que escuchó que algo se movía muy cerca de ella entre la basura. Tardó poco en descubrir que se trataba de una rata, y al hacerlo se le escapó un chillido. Antes de que pudiese reaccionar de cualquier manera el animal se le había acercado caminando sobre sus dos patas traseras con gran rapidez y se había colocado frente a ella.

—Haga el favor de levantarse, señora. ¿No ve usted que está hecha unos zorros? —dijo severamente y con una voz que la mujer hubiese jurado era la de Harrison Ford. Después hizo un movimiento negativo con la cabeza y se marchó caminando sin más.

Mientras veía cómo se alejaba el roedor, la mujer se levantó, se colocó un poco el pelo con las manos y se sacudió traje. El robo, después de todo, tampoco había sido para tanto.

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