El silencio y la soledad, aturden mi lomo cansado de tanto abandono.
¿Dónde está el bullicio de los niños, que con sus piecitos juguetones me recorrían felices cuando me cruzaban?
Extraño el arrastrar de pies cansados que hacían los viejitos, y con sus bastones, me regalaban un pequeño golpecito al ritmo de cada paso.
Se ve que a nadie le intereso. ¿Se habrán aburrido de ver mi cara siempre gris, sin ninguna sonrisa? Es que nadie sabe, de mi llanto y de mi risa. Tampoco se imaginan cómo sufro cuando por mí, los pesados camiones o colectivos, se deslizan hundiendo y arqueando mi cuerpo inmóvil, que a veces con una rajadura, pide auxilio y grita.
Demasiado silencio, demasiada soledad…
-Los días transcurren todos iguales. Sin principio, ni final… No hay nadie para contemplar las maravillas de la luz y sombra que iluminan y oscurecen el mundo. Solamente algunos pocos que tienen parque en sus casas y algunos otros que tienen que continuar con sus labores, por ser consideradas imprescindibles; mal llamados esenciales… Porque esencial también es la salud mental, que con tanto abandono, cayó en un profundo pozo con tapa del que no se puede salir, ni escalando.-
Estaba acostumbrada, a toda la algarabía que me recorría a lo largo y a lo ancho.
Yo no me fui a ninguna parte, estoy aquí, en mi lugar de siempre, esperando que aparezcan todos lo que me seguían.
Este silencio me atormenta. No veo, ni siquiera bicicletas.
Veo muchos ojos, que desde las ventanas, me observan con miedo. A veces, hasta siento, desprecio. Tampoco veo perros.
Siento una gran tristeza. ¿Dónde habrá alguien que me explique lo que está pasando?
Ese camión que me recorre toda rociando un olor extraño, no es el agua común con la que siempre me barren.
– Señor, señor… a usted le digo. Siguió caminando, sin oír mi voz ronca, de asfalto y brea.
La poca gente que puedo sentir pasar, está inmersa en un profundo pánico. Puedo ver sus rostros, con mis ojos de alquitrán.
_ ¡Estás hermosa, te extrañé tanto! Si pudieras escucharme, te diría como sufrí por no poder verte, por no poder recorrer tus cuadras… Por un lado me beneficia el uso del barbijo porque si no, pensarían que estoy loca, que el encierro me afectó demasiado porque estoy hablando sola.
-¿A quién le podría hacer entender que estoy hablando con la calle?
– A mí… Soy la calle que a todos ve pasar, que a todos escucha y siente, sin que se den cuenta ni reparen en mi presencia. No sabía qué pasaba… de repente me dajaron sola y abandonada.
– No te sientas mal, nadie te dejó. Teníamos prohibido salir a recorrerte a causa de un virus que no se ve pero se siente cada vez que a alguien enferma. Yo estoy aquí, recibiendo nuevamente tu abrazo vaporoso que produce el sol con sus rayos quemantes cuando te acaricia con su calor. Estoy feliz y temerosa. Es una sensación extraña la que me invade… Pero seguiré, mientras pueda, dialogando con tu voz que nadie escucha y recorriendo tu lomo que se alegra de recibirme…
Roxana Roberth
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