Luces del callejón

Luces del callejón

Héctor

08/01/2021

El callejón frente a mi casa se ilumina con los rayos solares que se filtran entre el verde follaje, reflejos dorados de las penas y alegrías de quienes transitamos diariamente en un polvoriento caminar.

Algunos lloran el incendio de parte de su casa, provocado por la cocina a leña que también es fuente de alimentación y vida, otros ríen al caminar a la sombra agradable de un follaje que con el viento veraniego, desprende ramas que pueden golpearnos con más dolor de lo que nos gustaría recibir. 

Cuando camino temprano en las mañanas hacia la salida a la carretera tratando  de cumplir estrictamente con las instrucciones de ejercicio diario de mi médico cardiólogo, aunque no cumpla las siempre reiteradas de dejar de fumar, las luces del callejón se ven distintas. El sol desde el oriente se refleja sobre las hojas humedecidas por el rocío de la mañana y un profundo olor a vegetación se extiende por el camino de tierra, animándome a iniciar el diario recorrido. Al caminar raudo a mi destino, el frescor de la mañana se siente entre la sombra de los árboles, y los tímidos rayos del sol matutino no permiten otro efecto que distraerme con la belleza de la vegetación despertándose a un nuevo día. 

Don Olegario también transita por este callejón, y como cada mañana, lo encuentro arrastrando sus viejos pies rumbo a una de las parcelas donde trabaja. Como siempre nos saludamos y nuevamente me molesta la necesidad de que a su edad tenga que trabajar en actividades que hasta a mi me dejarían con calambres al menos un par de días. Pero el viejo es porfiado como su sangre mapuche, siglos de genética luchadora y orgullosa se manifiestan en él, por lo que aunque tenga que llegar arrastrándose, cumplirá con su trabajo y con traer pan a su casa.

Caminamos juntos con el distanciamiento físico que estos pandémicos tiempos requieren, hasta que una camioneta pasa junto a nosotros, el bosque parece desaparecer en el polvo levantado con su andar, que obviamente supera los 30 kilómetros por hora que se permiten como velocidad máxima. Luego de increpar procazmente y en forma simultánea al conductor que se aleja aún más rápido de lo que nos alcanzó, caminamos unos metros más donde Don Olegario me deja continuar mi ruta y el ingresa en la parcela, no sin antes amenazar con un par de patadas al aire a los perros que salen ferozmente a recibirlo y que retroceden asustados. 

En este callejón, las parcelas tienen dos o más perros y casi ninguno de raza, son fieles expresiones de mezclas indefinidas pero cuya lealtad y fiereza para defender su terreno y a sus amos no vale la pena comprobar. Por suerte me conocen y ya no se acercan amenazadores, así que continuo mi caminar sin dejar de pensar en lo que el viejo mapuche con sus ojos chispeantes de vida me había dicho ante la preocupación por su estado. Al final, mientras pueda superar sus dolores y conformidad, sigue viviendo acompañado de un ambiente que lo puede acoger y respetar tal como él no lo pisotea; se aleja de la oscuridad del olvido, luchando por salir de un estereotipo cómodo e intrascendente que solo sirve para sepultarlo finalmente.

De vuelta por el callejón y frente al camino interior de la parcela y cabaña, pienso que como un destello de luz entre las ramas de los árboles, para un mundo que es oscuro con esperanzas debilitadas y rumbos perdidos, siempre que haya una posibilidad de iluminación, no hemos terminado.

Rompemos nuestras burbujas para no escondernos en la conformidad, la conciencia se fortalece con la intemperie al igual que un árbol crece fuerte al enfrentar la lluvia y el viento.

Somos tan extraños a este planeta que enfermamos en forma crónica y con facilidad, nuestra poca resistencia al sol es distinta de los animales que pueden estar expuestos por horas, la facilidad para tener dolor de espalda y como aumenta más viejos en relación quizás con una estatura mayor a la que necesitaríamos, la constante sensación de ansiedad por algo que no tenemos, que buscamos o donde esperamos volver inclusive generando enfermedades mentales y el doloroso y arriesgado parto humano que no es lo mismo para las otras especies. Como especie humana somos indefensos por más tiempo y aprendemos a caminar más tarde en un desarrollo lento para nuestra autosuficiencia, en fin, hasta nuestro ADN tiene genes adicionales y/o no codificados cuyo objetivo se desconoce en este medio ambiente.

¿No será por esta condición cuasi-extraterrestre el poco respeto y sincronía de nuestra forma de hacer y vivir con la naturaleza, los recursos y los tiempos del planeta?

Tenemos que realizar un esfuerzo para vivir bien en este aún nuestro precioso planeta, la natural falta de adaptabilidad nos ha transformado en depredadores no sólo del medio ambiente y el resto de las especies, sino que también de la nuestra. Aplicamos nuestra conducta inconsciente y muchas veces irracional con nuestros pares humanos, despreciando, aislando o destruyendo lo que se nos opone al igual que hacemos con la naturaleza, donde por el contrario todo se respeta como parte de un equilibrio comunitario y simbiótico.

Buscar y aprender de la naturaleza benigna en cualquier parte que nos provea, nos lleva por el camino correcto. Sentir su fuerza colectiva y su debilidad individual, los beneficios y costos, y la escasez y abundancia es lo que ayuda a crecer y fortalecerse. Si logramos una simbiosis entre nuestra sociedad tecnificada y la naturaleza, asumiendo sus procesos como conceptos básicos de nuestro sentido de vida y organizacional, aunque toda la avaricia, el abuso y la oscuridad este movilizada, si queda uno de nosotros que no se rinda, están derrotados.

Las luces del callejón me sincronizan con un medio ambiente que nos permitirá levantarnos juntos, terminar de reventar nuestras burbujas y zonas de confort, y derrotar las conductas egoístas y avarientas con una forma de vida armónica y equilibrada. Como las últimas personas que se niegan a ceder, nos transformaremos en muchas primeras personas en el camino del amor, el respeto y la naturaleza.

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