Desde mi encierro
Esta mañana desperté mucho antes del día. Me estoy acostumbrando a que suceda así. Preparo el mate y voy con un libro al living. A veces leo, a veces dejo el libro en la mesa y admiro el amanecer. La ciudad opaca, el cielo empieza con tonalidades naranjas y va aclarando gradualmente hacia el celeste, por encima el azul y el negro. Sólo de vez en cuando advierto un grupo de palomas volando, hacen círculos. Parece como si estuvieran bailando en silencio. Se mueven de una forma rítmica sobre una ciudad inerte, un cielo policromático, cambiante. Cortan el horizonte y se pierden entre la sombra de los edificios para volver a aparecer con todo su esplendor y repetir la acción.
Mientras el cielo aclara quema el celeste y el negro desaparece, nuevas palomas ocupan mi atención. Viajan solas, atraviesan mi campo de visión de lado a lado. (Debería empezar mi día). Otras viajan juntas. Parecen un grupo comando, su vuelo es más compacto. Saben
a dónde van, se deslizan sobre el aire con firmeza, imponen respeto. La luz rebota sobre los edificios y puedo verlas volar entre los balcones y frenar en las terrazas, sobre los cables que entreveran la ciudad.
El sol ya está a media altura, quema el celeste con un brillo horrible. Abajo, en la calle, se empiezan a escuchar algunos ruidos. Los encargados de los edificios salen a limpiar las veredas. Los comercios esenciales levantan sus cortinas metálicas. Yo sigo en las alturas. Puedo ver los laterales de los edificios a medio pintar, las antenas sobre los techos sucios. Las palomas danzantes que desaparecen. Ahora nuevos grupos vuelan nerviosos de un lado a otro. Deben de estar pensando en su día. (Debería hacer lo mismo). De fondo se escucha un golpe seco, constante. Luego una máquina taladra alguna superficie, los coches muerden el asfalto sobre Lambaré. El rumor urbano trepa de a poco a mi ventana.
La ciudad despierta. Las casas se llenan de gente, las palomas desaparecen por completo. El sol ya es un foco de luz lechosa, me molesta en los ojos. Cierro la cortina y el ambiente queda oscuro y fresco. Sólo unos rayos de sol se filtran por las rendijas de la persiana. Un nuevo día desde mi encierro. Tengo que mandar mails, hacer compras, gestionar ventas, pensar en otras cosas. Capaz más tarde salga a dar una vuelta. (Lo voy a hacer). Por acá, por el barrio. Capaz camine por Sarmiento hasta el Parque Centenario. Eso. Sólo un rato. Seguro ahí encuentre algo digno de observar.
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