¿A dónde van las plegarias?

¿A dónde van las plegarias?

¿Te has preguntado alguna vez a dónde van las plegarias? Parece que mi madre a diferencia mía, no lo ha pensado. Llevo una semana haciéndome cargo de las compras diarias de la casa y lo único que encuentro a buen precio es pescado, lástima que no pueda comprarlo pues ella se acongoja con el solo hecho de verlo. Mi padre lleva tres semanas en alta mar, sin comunicarse, con esta pandemia es imposible llegar al puerto y nunca quiso darnos el número de alguno de los compañeros de faena con los que salía los fines de semana a “perder la noción del tiempo”, excusa que siempre da al llegar a casa. No hubiera sido alarmante el que no contestase las llamadas estando en el mar, si no fuera por el diario local que hace 8 días ostentaba en sus portadas la amarga noticia “Se perdió comunicación con la Chimbotana”. Desde ese día, mi madre camina siete cuadras hacia el templo, enciende un cirio e introduce su carta con plegarias en el cofre bajo el Santísimo.

Y no es que no me interese lo que le pasó a papá , llevo un tiempo llamando a Laura, pues se encuentra en la misma situación y dado los allegados que tiene en el puerto, puede que algo sepa. Fue así, que anteayer me escribió, diciéndome que tenían noticias de una tormenta que desvió el barco de su trayectoria habitual, después de realizado los cálculos se ha tomado rumbo a tales destinos. Cuando mamá regresaba de su habitual devoción, se lo comenté, dio media vuelta y regresó a la iglesia.

Muchas familias del barrio han dejado de asistir al templo por la emergencia sanitaria del coronavirus, algunas pocas han perdido total credibilidad en ella y posiblemente, cuando todo vuelva a la normalidad, desliguen la necesidad de la religión de sus vidas. Aun así, mi madre sigue oyendo misa por los medios electrónicos y desde que abrieron el templo se ha mostrado asidua a visitarlo.

Los vecinos, como siempre sucede cada vez que ocurre un hecho singular, han comenzado a comentar que probablemente los tripulantes nunca vuelvan y que de nada sirve orar cuando no hay acción que podamos realizar, ni mucho menos redactar cartas con plegarias que nadie leerá. Por suerte, las salidas de mi progenitora a la hora donde las estrechas calles están más desoladas de lo normal han rehuido esos comentarios de sí.

Ayer, a pesar de haberme negado a acompañarla en un inicio, me ha persuadido la idea de mermarle la pena y le he dicho que sí. Entonces, nos hemos puesto nuestras mejores ropas y mientras pasábamos por la sastrería donde mi padre encargaba se arreglen nuestros uniformes escolares, ella me iba relatando que cuando dos corazones se unen en una misma plegaria, esta tiene más firmeza. A decir verdad, no tuve mucha intención de firmar sobre la carta, pero las palabras de mi madre me recordaron a las de Don José, el señor con la bodega en la esquina de mi casa, “No pierdes nada intentándolo, jovencito”; aunque aquella vez, el bodeguero me animaba a declarar mi amor hacia Laura.

Cuando regresábamos a casa, Fausto, el perro del recolector de desechos me espabiló de mis pensamientos; siempre pensé lo insatisfecha que debe ser la vida de aquel señor, llevaba 15 años laborando en lo mismo, y por ello quizá su actual cachorro tenía ese nombre . Pronto llegamos a casa, entonces recordé que dejé mi monedero en el Divino Niño y salí otra vez. Sobre el reloj puntuaban las 4:30, aún faltaba tiempo para el toque de queda, pero no mucho para que la iglesia cierre sus puertas. Si no fuera porque en el apuro pisé sin querer a Fausto, no me hubiera detenido.

Al ver la mirada del que todos llamaban basurero, tomé al cachorro entre mis brazos y me disculpé ante ambos. No era mi intención quedarme, pero unas lágrimas cayeron por las mejillas de tan memorable señor al cual nunca presté la mínima atención. Al ver que me detuve comenzó a hablar mientras seguía en lo suyo, después de contarme lo triste que había sido desempeñarse como envasador en Hayduk  por algo más de 20 años, no haber cursado primaria y perder a su esposa en los inicios de este año debido al virus, mi pecho se colmó de dolor. Sin embargo, algo se quebró en mí al escucharle decir que su hijo iba también en el barco de pesca “La Chimbotana”, sigo preguntándome porqué es que lo primero que le sugerí fue escribir una plegaria. Don Julio, nombre que me facilitó para firmar por él en la carta, no sabía escribir, así que tuve que redactarla yo.

Justo al terminar de dejar la carta encontré mi monedero , seguía en el mismo lugar donde lo olvidé. El padre Domingo recogía las plegarias en una bolsa blanca que traslucía las pocas cartas que había. Pronto salí del templo, el presbítero cerró las puertas y cuando me disponía a regresar con Don Julio, oímos una voz que lo llamó desde una puerta aledaña al salón parroquial “Basurero, aquí está todo lo de hoy”. Las palabras se me quedaron atoradas en la garganta cuando vi la misma bolsa donde estaban las cartas, al parecer Don Julio no prestó atención al contenido y las puso en el basurero que arrastraba.

Al estar nuevamente en casa, le di las buenas noches a mi madre sin comentarle nada de lo sucedido con las cartas y me propuse a dormir.

Hoy me he levantado tarde y al escuchar la jubilosa voz de mamá hablar con papá, que estaba sentado en la mesa tomando una taza de café, lloré como nunca antes. Los abracé muy fuerte, pensando que quizá no importa a dónde van las plegarias, sino de dónde vienen y para quién se dirigen.

Coishco por la noche, templo detrás de la plaza de armas
Bahía de Chimbote

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