Pasear desapercibida

Pasear desapercibida

Pablo Llanos

28/12/2020

Últimamente me ocurre que cuando paseo por mi calle me da la sensación de que todas las mujeres están más guapas de lo habitual. Esto antes no me pasaba. Me fijo en la gitana que vende ajos en la puerta del mercado y me da la sensación de que me habla con un lenguaje secreto tras un abanico. Aunque su mirada no coquetea desde el borde de un abanico, si no de una mascarilla. Saludo a la mexicana de melena oscura y largas pestañas que regenta la tienda de decoración y siento que se muerde el rebozo cuando me ve pasar camino de la panadería. La camarera oriental del restaurante de sushi parece una intrépida ninja, moviéndose con agilidad entre las mesas de la terraza. Dos chicas que, son dos superheroínas, hacen gimnasia en mallas en el parque. Sherezade cruza un paso de peatones de camino al colegio para recoger a sus hijos. Le da paso una agente municipal que es una espía esperando un intercambio de prisioneros en plena guerra fría.

La dependienta de la pastelería con su gorro, su mascarilla y sus pinzas es una cirujana que extirpa corazones de croissant y me los embolsa para llevar. 

Por el paseo advierto la estela de una bella y aerodinámica figura de mujer practicando patinaje olímpico de velocidad sobre hielo. Por momentos me enamoro. Probablemente en el amor, como en el deporte, lo importante es participar.

La barrendera del barrio, que siempre se para a saludar a todos los perros, se ha convertido en una amable veterinaria. Una madre que se agacha a levantar a su bebé del carrito es una matrona dando una y otra vez la bienvenida a la vida.

Dos jardineras se afanan en podar los setos entre el remolino de hojas secas que forma una tercera con un esparcidor. Sus buzos fluorescentes y sus mascarillas las hacen parecer equipos de rescate ante un tornado de hojas y ramas. La gestora del banco, al otro lado del metacrilato es una peligrosa atracadora, por fin del lado correcto.

Creo que todas me gustan. Mi mascarilla es una trinchera desde la cual las observo y sonrío sin que me vean. Quizás lo noten en mi mirada, dicen que eso se nota. Me gustan todas y yo nunca me atreveré a decírselo a ninguna porque para ello necesitaría quitarme esta máscara tras la que he ocultado siempre mi identidad secreta.

¡Qué se yo! En casa, no encuentro a mi marido más atractivo ni con mascarilla ni sin ella, y de la bolsa de la pastelería solo extraigo cruasanes.

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