Carmen en verano

Carmen en verano

Pilar Faro

22/12/2020

Había llegado la calima, se respiraba calor y se sudaba agua, Carmen inhalaba fuego y exhalaba desaliño por la mascarilla. Su turno de ayudante de cocina en una residencia de la Venerable Orden Tercera, acababa a las tres de la tarde. Ellos también se iban pronto, pero aún estaban encaramados a la escalerilla del andamio.

La bachata sonaba hasta ensordecer el tráfico del Paseo de Extremadura. El edificio de la ferretería estaba en obras desde junio y ya todos se conocían. Había albañiles latinoamericanos de distintos acentos, muy simpáticos entre ellos y de voces dulces. Conforme habían pasado los días las sudaderas, los monos azules o color piedra se habían ido remangando y aparecieron los tirantes con o sin camiseta. Había un obrerete más moreno, espigado, de pelo estropajoso, que era difícil de ver y que no abandonó su camisa de franela azul a pesar de las altas temperaturas. Era un hombre de mirada esquiva, quizás temeroso de dios.

Carmen no reparaba en los seres que vivían a más de un metro del suelo y simplemente esquivaba los tablones pensando en la cena. Pero los oía piropear o intentarlo por lo menos, porque ese era un arte latino, descarado, que necesitaba gracejo, un perfecto dominio del idioma y del uso del vocativo. Ella había conocido a Antonio con un pañuelo de cuatro puntas anudado a la cabeza gritando lindezas a las muchachas y solo a las muchachas, que pasaban junto a su mortero y se había dejado engatusar con un ¡guapa, guapa y guapa!!!

Ese día lucía un vestido blanco heredado de su amiga Conchi. El sujetador color carne iba en el bolso, no había vuelto a ponérselo después de quitarse la chaquetilla y el delantal de peto.

Los oyó cuchichear, murmurar y jalear a alguien

−¡Tú!, ¡venga tú!, ¡venga ya!, ¡¡¡suéltalo, di algo!!!

¿Alguien estaba aprendiendo a montar en bicicleta?, y un coro de – ¡Vengaaaaa! – resonó desde las alturas del semáforo en rojo.

Carmen avanzaba con sus gafas de sol, la mascarilla colgadera y sus carnes al viento del desierto y una camisa azul se agarró al andamio, intentó la verticalidad de un jotero, pero surgió una voz titubeante que pronunció la palabra “esa” con unas vocales mal dibujadas en boca y paladar y una “S” que quedó atrapada entre los dientes, una “S” extranjera y que provocó las risas de todo el coro. Se repitió otro “ESA” más fuerte, pero sin llegar al eco, había un desafío al idioma, el moro se envalentonó a un tercer – “Esa” – y la tragedia desembocó en un:

−¡Esa! Eeeeee…. ¡Eeeessaass GAFAS!!!

El vocabulario no daba para más y Carmen sonrió complacida, ¿volvía a ser una muchacha?, ¡volvía a ser la elegida! Y le explotó una carcajada en la barriga que le salió por los pezones, dirigiéndolos al altísimo.

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