LA DIEZ


He sido un errante en la vida, y a mis años conocí mil lugares, me establecí temporalmente en otros tantos, conocí bellos paisajes y salí despavorido de unos más, en mis constantes tertulias siempre sales a relucir mi querida calle 10 de Popayán, Ciudad Blanca. Fuiste tú la que me vio crecer, oronda te explayas sobre “El Empedrado” siendo la testigo centenaria de mil sucesos, te convertiste en mi cuadra llena de casas sin uniformidad donde predominaba  el color palo de rosa en muchas de ellas, con andenes desordenados y las tapas de los contadores de agua hechas en plaquetas de cemento, ( que en ningún otro lugar he visto, las he conocido metálicas), con tus ochenta metros exactos como lo indica la norma, estrenando pavimento y una esquina que marcó mi futuro y formó mi carácter aún más que aquel 4-17 que se erguía justo encima de la puerta de la casa donde vivía.

En esa esquina, ese bendito billar de poca monta donde mantenía la mayor parte del tiempo fue donde paso por mis ojos la vida entera, fue aquí donde forje mis malos hábitos, a piropear a cuanta fémina pasaba, donde las amistades se hicieron fuertes y las discordias divertidas anécdotas que se contaban por meses hasta olvidarlas lo mismo que al rencor, ahí donde las carcajadas atronadoras salían sin tapujos, me resultaba divertido y hoy lo digo con cierta pena, ver las caras aterradas de las beatas cuando pasaban a misa de 6 am y veían el lamentable espectáculo de borrachos amanecidos, hablando al tiempo o cantando desafinados una canción.

Después de veinte años, siempre fue expectante cada regreso a la casa de los abuelos y más en época decembrina, siempre como un acto reflejo a quince kilómetros de llegar a la Noble y Culta Popayán empezaba a tararear…

“A lo lejos se ve,

mi pueblo natal,

no veo la santa hora de estar allá”

Inspiradora canción del Grupo Niche, como costumbre, cerrábamos la calle para la verbena y encender las velitas en el andén en la noche de la virgen, la “diez” se vestía de gala, y la llegada de la navidad vaticinaba el perdón y momentos felices entre vecinos, que después de un año se volvían a dirigir la palabra, por lo general era la misma calle, con uno que otro vecino nuevo nada más, el resto se perpetuaba en las puertas y ventanas viendo la vida pasar, la intriga de encontrar de nuevo a los amigos que nunca se fueron o a los que también volvían de visita y saber que había sido de sus vidas, el particular olor a polvo húmedo que se confundía con el del adoquín de las paredes de tus casas viejas.

Charlar en la misma esquina en la que hoy…

– Hoy ya no es la misma, después de veinte años sin verte advierto que el reflejo del sol en el pavimento molesta más a mis ojos, las fachadas son multicolores y se erigen en modernos ladrillos, el famoso billar es la única construcción antigua que se mantiene, pero ahora funciona una peluquería, el olor a tamal y empanadas de “pipián” se ha marchado a un mercado artesanal y hoy es patrimonio de la ciudad, y el olor a mañana, se confunde con el del pan recién horneado de una panadería que tampoco conocía. La casa donde vivía ahora es más pequeña en comparación a las que ahora están a su lado y hoy pertenecen a un grupo de “colonizadores” de un municipio cercano que se adueñó de la mayoría de las casas de mi calle 10.

Hoy a pesar de la modernidad que luce, se le notan los años, parece que extrañara al par de enamorados que dieron su primer beso bajo la noche y la complicidad del 4-34, justo diagonal a mi otrora ventana y del cual fui testigo, le hacen falta los juegos de una docena de niños que sin distinción y prejuicio alguno, se divertían sin fin bajo su amparo,…

Hoy se ve más sola,

Los vecinos no se asoman a las ventanas y los pocos que aún viven no se acuerdan de mí, recorrer desde la carrera 4 hasta la carrera 5, paso a paso tu suelo, hace que me sienta extraño en mi propia casa y eso acongoja mi pecho, no sé si será el vasto efecto de la pandemia, pero tu soledad hoy duele, o al menos la que yo siento, sólo alcanzo a divagar con la mente los recuerdos de tantos años felices y los traigo a mí como una cinta cinematográfica a la que puedo rebobinar y adelantar como sólo la mente puede hacerlo, la convierto en mi antigua calle y de nuevo la veo tal como es hoy, y lo repito en mi cabeza muchas veces tratando de grabar indeleblemente mis primeros 30 años de vida, luego sin advertirlo siquiera en mis ojos se enjugan un par de lágrimas, no por tristeza, ni es por haberle abandonado no, es un sentir que necesitaba experimentar para agradecer que por ésta calle un niño formó el carácter, que a pesar de caer y rasparse las rodillas se levantaba y sólo se sacudía el polvo sin sentir dolor y seguía como si nada, el mismo niño que por ésta calle aprendió a montar la primera bicicleta que tuvo.

Hoy te observo fijamente a lo largo de tus intersecciones, y con un apesadumbrado suspiro pongo la mano al taxi que se aproxima, vacilo si abordarlo o no, mientras doy una última mirada y me despido de ti por otros veinte años quizá.

Hemerson Solis Giraldo.

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