Uno de los que despedí en el ERE se vino a dormir a un cajero cerca de mi portal. Cada mañana le dejo un bocadillo, qué menos. El listo comparte sus migajas con los gorriones del parque, a los vecinos se les parte el corazón y se saca una pasta. Los gorriones, por su parte, eligen mi coche de entre todos para cagarse en él; el resto, ni los tocan. Estamos en paz, ¿verdad?, le digo siempre, y él ni me responde mientras llena el suelo de migas y más migas.
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