Perdimos la calle y el rumbo

Perdimos la calle y el rumbo

ALP

12/12/2020

Lo que más me dolió de perder la calle fue que perdimos el rumbo. Fue que no pude correr a consolarte cuando te dije que había perdido a nuestro hijo. Lo que más me dolió no fue dejar de tener los caminos, sino el destino. Que no pudiéramos vernos, que la única comunicación fuera a ratos, entrecortada, como si a propósito me dejaras con la palabra en la boca, como si te hubieses coludido con la compañía de internet para apartarme.

Tuve rabia de tu miedo, al tiempo que admiraba tu respeto por las reglas y el autocuidado. Te suplicaba que nos viéramos sin decírtelo para no romperte: un hombre sin su moral no es nada. Confieso que tampoco quería tener que suplicar por tu atención. ¿Sabes? Me dolió. Todo me dolía. Me dolía que la calle que tantas veces nos unió fuera un muro y que el parque donde nos besamos por primera vez fuera una zona de guerra postnuclear. Maldecía que no pudiéramos vivir juntos aún y que la distancia finalmente lograra separarnos, que nos venciera sin esfuerzo.

Si soy honesta, lo que más me dolió de perder la calle es que tú no hubieses venido a abrazarme cuando nuestra personita dejó de existir. El día que su hilo de vida se cortó algo se quebró dentro de mí. Sentí una soledad que ni cien años de caos podrían haberme dado. En ese momento te perdí a ti también. Yo sabía que no eras el culpable: era la autoridad sanitaria, los chinos, los murciélagos. Daba igual. Que tú no estuvieras ahí conmigo partió mi corazón en mil pedazos y ya no pude quererte como antes.

Según el ginecólogo, el estrés laboral, el encierro y la falta de vitamina D provocaron la pérdida, pero yo sabía que no era eso. Era la pena. La ausencia de caminos, de calles, de rutas que nos llevaran hacia el futuro, a algún lugar en que pudiéramos envolvernos de nuevo. Tú también tenías esa tristeza, esa que disimula el miedo. Luego de verte así, recuerdo que busqué alivio hogareño con mi abuela, pero me deshice todavía más.

–¿Cómo estás nanita? –le pregunté por vídeollamada.

–Estoy bien. ¿Quién lo hubiese pensado? Mi vida era una especie de cuarentena antes de esto, es lo que tiene ser viejo –me dijo con su tono que yo había bautizado como sarcástico-genial.

–Pero nanita, no digas eso. Yo te voy a enviar unas novelas muy buenas para que puedas acompañarte, si no es con personas, al menos con personajes.

–Gracias mijita. En realidad a mí me preocupas tú. Ustedes, los jóvenes. ¿Cómo va tu embarazo? –su tono cambió al de abuela-protectora.

–Pero, ¿qué dices abuela? Yo estoy joven y fuerte como siempre.

–Mija, no me engañas. Yo ya viví mi vida, yo vengo de vuelta, pero ustedes, ¿cómo lo hacen para levantarse cada día? Sin planes ni proyectos. Ni siquiera consolarse pensando en alguna vacación, un viaje a la playa, o al menos salir a la calle y aventurarse a lo que ella tiene para ofrecer.

Tenía razón. Decían que el virus era agresivo y terrible con los mayores, pero emocionalmente tomó todo de mí. Pudo con mis ganas de levantarme, de comer, de vivir. Me invadió la pena y el cansancio. Nada tenía sentido hasta que supe que venía Borjita. Así se llamaría en honor a tu abuelo, pero no alcancé a proponértelo. Tenía poco tiempo, lo sé, pero no me resistí a cotizar por internet cochecitos que fueran todo terreno. Quería un hijo aventurero como yo, como nosotros. Me imaginaba saliendo a la calle por primera vez en meses, con mi hijito, mi Borjita y contigo abrazándome, sonriendo después de tanto tiempo.

Pero él no estaba preparado para venir a un mundo sin calles, sin parques, sin abrazos. Él iba a ser como yo, como tú –qué buen papá ibas a ser, a pesar de tus miedos– y no habría soportado este encierro. Ahora nosotros ya no tenemos rumbo. Así como nos quitaron las calles, nos quitaron nuestro amor y cuando algo se rompe así, ya no puede reconstruirse. Tú me dices que sí, que podemos intentarlo, pero a mí ya no me quedan lágrimas que me protejan cuando todo vuelva a fallar. 

En tu ausencia cobraron sentido aquellas miradas virtuales, inquietas, que me regalabas constantemente. Yo sé que ahora es difícil de entender: estoy dejando de lado la promesa que te hice hace un tiempo, entrelazados, en que te dije que mi amor por ti era infinito. Me equivoqué. En ese entonces también pensaba que nadie podía quitarme la libertad. Al parecer me equivoqué en todo y creo que Borjita no quiso nacer con una mamá que no tiene certezas sobre nada. 

Ahora solo queda volver a empezar. 

Recomenzar separados.

Esa noche en que no corriste a verme, en que tus aprensiones al contagio o a ser controlado por la policía fueron mayores, en que me hundiste en abandono; esa noche te perdí. Quizás fue la manera de decirme que, así como el mundo, tú tampoco estabas preparado para recibir algo tan nuevo y preciado en medio de esta vorágine. Te perdono, aunque ya no puedo confiar. Soy egoísta, lo sé. Mi desconsuelo puede más y necesito alguien a quien culpar. Te perdono, pero ya no te quiero igual.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS