El coronavirus nos puso en jaque mate, especialmente por las vidas perdidas y el cambio en la visión de nuestro futuro. La vida que llamábamos normal en realidad era una rutina que nos iba haciendo estériles, inhumanos e insensatos. La cuarentena nos permitió, a algunos, dedicar tiempo a esas cosas que nos gustan y se dejan de lado como: leer, escribir, escuchar música…y sobre todo valorar a nuestros seres queridos.
El último pensamiento antes de ir a la cama era el clamor por el bienestar de la humanidad, en general, y el de la familia, en particular, para luego dar rienda suelta a la libertad de soñar…
Se veía muy sudoroso, enfermo y cansado; me apresuré a atenderlo y pedí a mis hijos, que estaban pequeños, el favor de calentar agua para darle una aromática y una pastilla que le calmará un poco el dolor. Estaba preocupado por el estado de salud de uno de mis mejores amigos, sentía un poco de angustia e impotencia al verlo delicado y poder hacer tan poco. Entonces sonó mi teléfono móvil y al cogerlo caí en la cuenta que lo sucedido era un ¡sueño!
Gustavo Horacio Castañeda Nieto nació el 16 de febrero de 1961, tendría unos siete años cuando lo conocí, era huérfano de madre, vivía con la abuela y un hermano mayor. Tenía un padre que no le servía para nada. Mientras vivía la madre, lo atendía con todo cariño y lo hacía lucir muy elegante con sus trajes de pantalón corto, le colocaba una especie de abrigo a juego con su camisa blanca y corbatín oscuro —cuando hacía frío— . Todo armoniosamente combinado con sus medias y zapatos blancos que la mami procuraba que siempre fueran impecables. La abuela luego trató de continuar con los exigentes cuidados y lo mantenía lo mejor presentado posible. Siempre bien peluqueado y con el peinado de medio lado dividido por una línea que era trazada con toda precisión por la peinilla que manejaba con facilidad la abuela. Destacaban sus hermosas orejas en forma de ovalo que eran más grandes de lo normal y por las cuales se ganó el apodo de Dumbo.
Siendo aún niño muere la abuela y el padre se deshace de él internándolo en un pueblo del sur del Tolima, llamado Líbano. Afortunadamente, allí solo duró un año y volvió al barrio Bonanza a vivir con su hermano y la pareja de él. Compartíamos algunos juegos de la calle cuando los deberes de estudio o la familia lo permitían. Estudiaba en el Colegio Agustiniano Norte, perteneciente a la orden de los Agustinos Recoletos, cerca a la calle 116 con Avenida a Suba. Allí se educaba con un enfoque religioso determinado por la fe y moral profesada por la iglesia católica y basado en la doctrina promulgada por San Agustín. A pesar de que comía mucho era de aspecto delgado, labios finos, cara alargada y mirada precoz.
Se integró en el grupo de la cuadra (transversal 69A) entre una gran amistad; compartíamos juegos de mesa, fútbol en la calle, charlas y las fiestas de los sábados en la tarde que llamábamos “Cocacolas bailables”. Hacia los catorce años tuvo su primera novia oficial y se pegó “una traga maluca” que le hizo olvidar un poco sus amigos, deporte y estudio. Sin embargo, como eran frecuentes las reuniones bailables los fines de semana podíamos seguir disfrutando al calor del baile, unas cervezas y algún aguardiente.
Transversal 69 A – Barrio Bonanza
En términos generales él era lo que denominamos como: un bacán, buena papa, chévere…es decir que se llevaba bien con la mayoría de la gente y era apreciado. Pasamos momentos muy divertidos ya que era muy bromista y le gustaba remedar a la gente. Una noche en una fiesta en casa de la familia Castro, le brindaron una cerveza al propietario y él le dijo:
—¿Don Guillermo, me da un sorbito?
Este señor querido por todos y visto como un padre más le brindó la cerveza. Acto seguido la cogió y se la bebió de un sorbo, ante la mirada atónita de los que estábamos cerca. Desde ese día lo empezamos a llamar: Sorbito.
La alegre compañía de él nos duró un poco tiempo más. A los diecisiete años se vinculó a la guerrilla con la utopía de construir un país mejor. Su lucha fue corta, ya que a los diecinueve años murió. Un martes trece de mayo de 1980.
Tristemente, la peor pandemia que ha sufrido nuestro país es la de la violencia que aún persiste…
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