Maricarmen sueña. Como si no fuese ella y, desde lejos, se mira desnuda. Pero está envejecida frente a un espejo con sus huesos casi visibles por su extrema delgadez.

El ambiente huele extraño, quizás a crisantemo; «¡¿olor a nicho fúnebre, a muerte?!». Tiempo después, «la soñada» gira su cabeza y muestra su rostro.

Sus ojos se abren. Ha empapado con lágrimas su almohada. Entiende. Necesita dar vida a sus ideas y a su vientre. Debe escribir.

Imagen de Lucía Coria. «Bebedora de historias»

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