¿Ceras de colores? El lápiz, con su ceniza hiriente, me susurra desde la mesa maestra. Ahora riéndose como un niño, como mi niño, me pide que exprese la culpa que me acompaña. ¿Cómo? Un despiste de la profesora, causado por el ataque de un pobre entusiasta, me otorga el poder. Te tengo, hijo mío. Gota a gota, la virginidad que ostentaba el papel se extingue, y mi vergüenza emerge. Unos aplauden mi arte; otros se escandalizan. ¡Maldita sirena! Viene la camisa, te veo en unos días… Mi niño.

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