Nació en un país sin árboles. Pudo morir por falta de clorofila, pero encauzó sus penas en un taller de escritura y le bastó para expresar su agonía. Y escribió: “Un peñón puntiagudo asoma su calvicie por entre las aguas del mar, los peces no dejan nadar a sus crías en las olas de la noche, temen que un dios mítico cree de la nada una nación de quiméricas algarabías, cuyos hijos embelesados abandonen el océano para flotar por siempre en los sueños disolutos de un dios loco”. Se sintió mejor.

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