—¿Tienes un bolígrafo?— le pregunté a Azahara en el taller de escritura. Ella me dijo que no, pero me ofreció una pluma dorada y me contó su historia.
—Mi abuela Susan se la regaló a mi abuelo como agradecimiento por enseñarla a leer. Para ella la literatura era una forma maravillosa de expresar sus emociones, antes de morir me hizo prometer que se la entregara a alguien que amara la literatura tanto como la vida.
—Tu nota me salvó del suicidio aquella tarde e iluminaste mi mundo con tus letras.
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