El suave aleteo de una mariposa, que jugaba distraída, tras el cristal del aula de mi colegio. Ese era el preludio de todas las historias que se gestaban en mi imaginación. Un dulce parpadeo, siguiendo su etérea silueta, me hacía soñar despierto.

– ¿Por qué no atiendes en clase, Pablo?- me pregunta el psicólogo infantil.

– Porque los profesores no saben volar.

Hoy, lleno de alas y canas, abro las puertas del taller de escritura y me uno al grupo de alumnos que han venido a volar.

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