Iba con toda ilusión a aprender a ser escritora. Como los demás. O eso creía. Cuando el taller empezó a funcionar y cada uno iba exponiendo sus obras, observó a sus compañeros. Había algunos que destacaban. Y advirtió en otros miradas retorcidas de celos. Para algunos, los textos suponían una competición. No parecían aspirantes a escritores sino seres con intereses muy distintos. Me costaba comprender que algo tan hermoso como aprender a escribir se convirtiera en un campo minado.

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