Éramos dos extraños conviviendo. Lo cierto es que hizo falta un taller para mirarnos por dentro. Escribimos juntos.

Escucho música y brotan frases confusas y semifusas. Él prefiere el silencio y esa voz absurda que le dicta.

Si duerme, enredo sus fantasías, las retuerzo en un bucle hasta despertarlo obsesionado.

«Dichosa imaginación» Y escribe, compulsivo.

Complicidad perfecta si no fuera por esa profesora, ella encuentra la frase adecuada, el desenlace perfecto. Él la mira embelesado y corrige.

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