Bajo una vela que transgredía la ley de la noche, papeles arrugados con saña, esparcidos a lo sumo con un párrafo, arropaban una triste figura que, pluma en mano, refunfuñaba: «¡No puede ser tan difícil!».

Cerró los ojos y pergeñó la idea, luego los abrió; en el techo: verbos, sustantivos; en las paredes, el resto: adjetivos, adverbios, pronombres,… Finalmente, canalizado por su mente, lo engarzó todo.

Cuando hubo terminado, comenzó a leerlo en voz alta:

«En un lugar de la mancha de cuyo…

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