Ya no sabía cómo dormir; del lado derecho se me quejaba el hígado, demasiada hipérbole le provocaba bilis; del lado izquierdo oprimía al corazón, no latían las metáforas; boca arriba roncaba epítetos sin ton ni son; boca abajo imposible, sin asfixiarme de ironía. Necesitaba encontrar nuevas posturas, tenía la cama pero no le sacaba rendimiento. Lo decidí entonces: me inscribí en el taller para aprender a levitar.

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