Cuando comencé a escribirlo, me di cuenta de que el relato iba de una relación epistolar de dos amantes que se envían cartas de amor, desde dos ventanas en edificios colindantes. La historia tiene que atrapar al lector -dijo el maestro del taller y agregó- no olviden otorgarle un conflicto. A medida que lo componía, no encontraba el elemento conflictivo, hasta que me dejaron un anónimo con letras de periódico debajo de la puerta, donde decía:

«Ten cuidado escritor, a ver qué dices de nosotros».

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