En el taller me di cuenta de que no era buen escritor.
Al menos, seguro que mis amigos me leen…Y al menos, uno, me leyó.
Me conformé con que me leyera la familia, pero tampoco, aunque el perro se orinó encima… sería de la risa.
¡Seguro que mi pareja lee!… En el prólogo me dijo que, desde el título, tenía un lío con su psiquiatra. Me dejó.
Pero me queda una baza: mis hijos. Cuando crezcan querrán saber de mí… Habrá que tenerlos.
Ahora que lo pienso: ¡menos mal que ninguna mujer leyó mis libros!
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