Sólo escuchaba el sonido de mi respiración agitada, mi garganta tragando saliva mientras una lágrima recorría las imperfecciones de mi rostro. Entonces volví a la realidad, notaba el escozor de las córneas, pero nada se comparaba al dolor que sentía dentro de mí. Estaba atónito y su rostro no se borraba de mi mente ni un segundo. Un flash tras otro inundaba mi cabeza con todos sus tipos de risas, y ahora la contemplaba yacer en mis brazos apuñalada por la guerra santa que nunca quiso abrazar.
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