Empiezas con una palabra. Sin darte cuenta has acabado el primer párrafo. Lo lees y lo odias, pero escribes el siguiente por culpa de esa mezcla entre vergüenza y orgullo que sientes por ti mismo.
Cierras el texto y lo das por acabado. Lo imprimes, lo arrugas, lo rompes y lo quemas. Poco después no entiendes cómo estuviste orgulloso de haber escrito esa basura.
Escribes otra primera palabra, otro párrafo, otros textos. Primero orgullo, luego vergüenza, después ganas.
Ya eres adicto a escribir.
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