Entra en la sala puntual como siempre. Desde que el calor aprieta viste faldas de puro aire mostrando un palmo más de sus muslos. Espero ansioso el momento en que tendré su cuerpo sobre mí. Ya cerca, trato de mantener la compostura y ofrecerme en la medida de mis posibilidades.

Pero pasa de largo, una vez más. De nada sirven mi devoción por ella ni mi ancho respaldo. El vulgar taburete en el que decide sentarse me lanza una mirada triunfal. Canalla.

Al menos el taller de escritura no es en vano.

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