Necesito ocultarme de mi, de las ausencias, de los fantasmas que asechan por la habitación. Uno de estos seres adquirió la apariencia de una mujer y me abofeteo. ¡Olvídame! -gritó cerca a mi oído.

Posteriormente, las palabras se precipitaban por mis dedos, sentía un placer inmenso al serpentear la pluma contra el folio, hacen falta las letras para acariciar el cielo. Olvidar es arduo, recordar es una fiesta cuando se redacta.

Escribir es un escondite agradable.

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