Estábamos felices porque habíamos terminado el curso. Nuestro profesor nos había guiado con paciencia y devoción durante tres años. Le entregamos nuestras novelas terminadas y faltaba que nos dijera cuándo íbamos a publicar, pero en lugar de decírnoslo abrió un enorme armario, que siempre tenía cerrado, y lo metió todo allí. Era un cementerio de libros muertos, por desgracia todos llevaban el mismo título.
OPINIONES Y COMENTARIOS