Lo miro, y no me está viendo. Me hubiera gustado invitarlo a jugar con sus memorias. No sabe que dispongo de sus descansos, ¿o sí? La casa del hombre me invade en un montón de juguetes. Los voy a usar en su contra, me van a servir para hacerle la mayor revelación a un padre.

¿Cuál es la noche que te diste? Tus zapatillas están un poco rotas, pero te las pones igual. No sales, y está tu ropa de cama como si hubieses hecho mil recorridos. La envoltura se me hace pequeña, pero menos de lo que estas paredes a tu mente. Voy a alcanzar eso que me ocultas, lo que me escondiste. Ahí tienes esos rejuntes de rubor, lo sé. Siempre te importaron, pero ahora no tanto.

Recién me levanto, y no sé si estás despierto. ¿No pudiste dormir? Lo sé, sudores de recuerdos. ¡Cámbiame! Sácame lo sucio, dame un nuevo cuerpo más social. El piso me importa mucho, pero veo que tú tienes el tuyo. Entonces no es tan importante. La edad te avergonzaba, y ahora hizo paciente al nervioso. ¿Qué descubriste?

Ya sé, se fue alguien por algo que está en el mundo, tu mundo. El mío es este suelo, a menos de un metro. El tuyo te hiere más. Mis juguetes te molestan menos que lo nocturno, y se meten en tu vigilia. No existe nadie más que nosotros acá, y nadie sale. Sabemos que están, pero lo nuestro es el instante del secreto.

 No siempre alcanzas las pertenencias, algunas de tus primeras frustraciones. Salimos, pero no podíamos salir. ¿Estás dormido? Seguimos el camino marcado, estaba todo pago. Entiendo que te estás despidiendo. Abre la puerta, con fuerza. Fíjate que, en ese lugar, vamos a estar algún día, o alguna noche. Ahí está tu padre, el muerto. Y yo acá abajo, no me falta mucho para ser tú mismo. ¡Listo, vamos a desayunar!

  

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