– Son 10 euros la hora.
– No creo que sean más de dos horas…
– Si vas a estar más tiempo, avisa, que tengo gente esperando
– ¡Ok!

En apenas 24 horas Felipe ha pasado de la melancólica tranquilidad de la perrera al frenético y absurdo lujo de un luminoso piso del barrio de Aluche bajo la tutela de Luis.

Felipe sale con Adela, la del 5ºA. Caminan una media hora. Llaman a un portero automático, voz masculina, se abre la puerta, suben tres pisos en un santiamén, brazos al cuello de Santi, labios y lenguas se entrelazan. Felipe los mira alternativamente. Santi cierra la puerta, acaricia el lomo suave de Felipe, le lanza una pelota de tenis y se vuelve hacia los labios de Adela. Felipe mordisquea la pelota de tenis. Santi la boca de Adela. Gemidos, cuerpos enredados. Felipe suelta la pelota, mira a la pareja, más gemidos. Felipe roe la pelota, las manos de Santi acarician los pechos de Adela, su lengua se entretiene en su sexo, los amantes cierran sus ojos, se estremecen, Felipe suelta la pelota que da un par de botes para detenerse en el zapato de Adela, quien a lomos de Santi prolonga y exprime el momento de placer. Felipe olisquea la pelota. Paseo de vuelta.

Luis espera con Pepe, el vigoréxico… Felipe vuelve del «paseo» con las almohadillas en carne viva, la lengua arrastrando por el suelo. Un cuenco de agua y ¡A la calle!. En una semana habrá conocido a toda la comunidad. Desesperados paseos por descampados inhóspitos con Hernán, el yonqui del 2ºB. Lola, ojo morado oculto detrás de sus gafas oscuras, su cabeza constantemente mirando hacia atrás. Angel, su hermano, con quien hace el camino de vuelta. El trans del 4ºA, el claustrofóbico del 1º, manías, vicios, secretos, ideologías…

Luis agita la correa. Orejas en punta, el rabo a mil por hora. Se meten en el viejo Ford Escort, circulan en dirección a la Casa de Campo. Felipe pone las patas en la tierra. Luis cierra con estrépito la puerta y acelera. Felipe se pierde entre los árboles.

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