Ella se sienta al ordenador y yo me pongo a escribir: una vez me salté la cuarentena para ir a fumar y
me crucé con unos guardiaciviles, me miraron, los miré… Temprano desayunamos como si se
tratara de un día normal. Las calles están vacías, nadie… Saca zapatos, mete zapatos en la bolsa de plástico de IKEA que hay en la entrada. Lavar las manos durante 3 minutos, obsesivamente. Estoy recién comido fumando un cigarrillo por la ventana; hay unos niños que juegan en su
terraza con unos dinosaurios. Todo se pudre. Viejos entubados
a respiradores, antiguos aparcamientos para hacer LA PRUEBA a todo el
que se acerque. La vida que nos queda es ésto. Ponte los
guantes de vinilo antes de salir a la calle y tocar todo lo podrido. Todo. Tampoco es que me sienta deprimido
por ello. Tecleo. Fraseo corto y pegadizo, ritmo falseado por la
línea más blanda de la lite-jazz. No hay escapatoria de la
gravedad. No hay. La escapatoria es una ventana que se desdibuja por
la velocidad de la última carrera, hacia ella, a través del marco.
Pero luego caes en la cuenta de que vives sólo en un 2º piso… Todo. Lo cotidiano como un mal guión de Netflix, un apocalipsis lento. Fumo por la ventana. Alguien, allá afuera, camina con los
brazos estirados… penden unas bolsas de plástico. Los dedos
ásperos por el trabajo. La espalda dolorida… por las
horas escribiendo. Las piernas ausentes. El
estómago cada día más inflamado. Veo vuestros memes, vuestros
intentos y tiemblo. Quizás se deba a la falta de antidepresivos. Antes del virus, hubo escasez, lo que dejó a mis neurotransmisores desnudos:
chisporrotean como un cable mal aislado. Ahora escribo para
respirar… como los viejos entubados. Ahora escribo para que la
depresión impregne el documento. Fue hace mucho que eran folios amarillentos. Y cabalgaba con mi Olivetti.
La Gris tenía una margarita defectuosa: jotas fantasmas, oes
dobles y alguna letra más con calvas. Molaba. He
perdido el flow. Lo que más pánico me produce está
por llegar. Cómo se blindará el Dragón…
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