En aquella impropia primavera
cuando los días eran domingo
(no los de hoy, sino los de la infancia,
de misa, siesta y tiendas cerradas)
y la yerba crecía tan libre
lejos de los hambrientos rebaños,
y las aves dichosas cantaban
en las ramas que nadie podaba;
añoramos la amistad lejana,
recordamos la palabra hogar
y el valor de lo que está cercano,
aprendimos a pasar el tiempo
ocupando las horas dormidas
con el bálsamo de cualquier charla
amable.
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