Seguro no entiendes nada. Es normal. Incluso yo, que tengo treinta y cuatro años más que tú, me cuesta comprender todo lo que nos está pasando. Cuando seas mayor te explicaré que las circunstancias nos separaron, que quise estar a tu lado y el bicho no nos ha dejado, que mami es un peligro para ti y que, por tu bien, debemos estar separados. ¿Por tu bien, separados? Ni yo puedo creerlo, pero es la realidad.
No lo sabes pero estoy a diez minutos de ti y mis días pasan por preguntar cómo estás mil veces al día y alejar la tentación de presentarme en casa y besarte hasta que te borre esas mejillas rosadas.
Mentirte tampoco es fácil pero, a tus cuatro años, no vas a entender que estoy en otra casa, en otra vida, en otra realidad ajena a la tuya en la que no hay dibujitos en la tele, ni juegos infantiles, ni cosquillas, ni besos, ni risa… tu risa.
Mi realidad son cuatro paredes, mucha videollamada y más horas muertas, evitando pensar en ti. Si te pienso, me muero por dentro y por ti tengo que vivir.
Acaba el día 39, queda uno para volver y casi no lo puedo creer. No lo sabes pero hoy es el último cuento a través del teléfono, es la última nota de voz diciendo que te portes bien y es el último día separados. Mañana, cuando vuelva, empezaremos de nuevo y todo habrá cambiado.
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