El encierro es la tortura de los iletrados y una bendición para quienes ya vivían encerrados en sus mentes, en sus mundos. La muerte sin cara merodea sin mirar, y sin mucho interés en matar, pero destruye a su paso, mas que cualquier arma alguna vez usada, por que usa solo una, al hombre. Para algunos no es tan grave, solo se lleva a algunos, la mayoría sobreviven, como la mayoría de los días, la mayor parte de la gente sobrevive, y mientras los muertos son desconocidos, la vida sigue, el tiempo no para, pero sin darnos cuenta este nos mata lentamente. A algunos de adentro hacia afuera, carcomiendo su mente, perdiéndose lentamente dentro de si mismos, conociéndose a si mismos por primera vez tal vez, ya que las distracciones a su alcance no son suficientes. Y al no estar a gusto con su hallazgo, caer en la oscuridad, la depresión, la desesperación. Pero es mas aterrador todavía el mundo exterior al que vamos a tener que afrontar a la hora de salir, por que fuera de nuestro hogar, la muerte silenciosa y sin rostro destruyo involuntariamente el mundo en el que vivíamos, dio vuelta la naturaleza en la que vivía nuestra sociedad, trajo a la selva a la urbe, pero sin la flora y la fauna, solo el salvajismo y cruda realidad de que, al fin y al cabo, queramos aceptarlo o no, somos solo unos animales, pero con el privilegio de la política, como un antiguo pensador decía. Es esta, quien nos convirtió en nuestro mejor aliado, y nuestro peor enemigo. Algunos creen que esta nos puede salvar de la muerte, pero solo nos guía a otra. Puede ser que dentro de estas paredes este a salvo de la muerte sin rostro, pero no de la que si lo tiene. Esta la muerte con cara de enojo, la muerte con cara de hambre, la muerte con cara enferma. Pero son todas muertes al fin y al cabo, y una de todas estas, va a tocar la puerta de mi hogar, tarde o temprano.

No estalla el virus, estalla la sociedad.

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