Estoy sola y encerrada hace muchos días… en cuarentena, por recomendación médica y por edad.
En mi casa …¡eso sí!. Dentro de las mismas paredes en las que vivo sola y triste desde hace casi cinco años, haciendo día tras día, en forma rutinaria y monótona, las mismas cosas. Sin quejas ni alegrías.
Desde que me jubilé y ya no tuve que ir a la ciudad en bus puntualmente, de lunes a viernes.
Desde que, casi en simultáneo, enviudé y no tuve más con quien salir ni con quien hablar.
¿Tecnología para evitar la incomunicación? Sí la hay.
Pero falta la familia, la calidez de los hermanos, cuñados y sobrinos que, encerrados en su propia cuarentena resolvieron darme la espalda a mí y a toda persona que se tilde de «pariente».
Esa misma familia que seguramente no va a faltar a mi entierro si no subsisto a esta pandemia. Una noticia que con toda presteza y sin dudas llegará a sus oídos alarmados.
¿Amigos/as? Sinceros como yo hubiera querido no hay. Nunca los hubo. Porque nunca supe cultivar la verdadera amistad.
Solo hay ex compañeras, conocidas y vecinas que mandan de vez en cuando, algún mensaje con respuesta, para saber si en mi encierro sigo viva o, al menos «cuerda».
Y sí… falta todo en este mi mundo de aislamiento lleno de recuerdos. Recuerdos de amores pasados, de bulliciosas reuniones familiares y de ruidosas expresiones de aquellos conocidos que, alguna vez, intentaron ser mis amigos.
Todo quedó en el olvido.
Sólo queda saber si lograré subsistir a la muerte que me acecha amenazante.
¿La muerte? Sí … la muerte. Mi única invitada. La que no dejaré entrar a mi casa cuando en cuarentena, soledad, aislamiento, tristeza, incomunicación, silencio, aburrimiento, apatía, insensibilidad, falta total de emociones y con muchas lágrimas contenidas, festeje mi 62° aniversario la semana que viene, cuando falten seis días para que termine el mes de abril.
OPINIONES Y COMENTARIOS