Memorias de una pava

– Me va a agarrar de nuevo esta hija de puta… Mírala, mírala, ¡Ahí viene! ¡Desesperada por la manija está! – Le comento la indignada pava a la taza.

– Es la hora del café, querida. ¡Por eso! Además, tu asa no es la única que va a agarrar, no te creas exclusiva- Le contesto con sorna.

– Como se nota que hacia mucho no las agarraban a ustedes dos, ¡eh! – Replicó el pícaro mate.

No estaba equivocado el mate en decir que, a esas dos, hace mucho no las agarraban. Camila, quien paso de estar nueve horas diarias fuera de casa, ahora pasaba las veinticuatro enteritas, por la cuarentena.

Afuera todo el mundo estaba en pausa, pero dentro del departamento todos trabajaban como obreros en una fábrica.

No había utensilio que quedara sin usar. Los de limpieza cumplían horario de 10 a 12 am martes y viernes, el equipo baño, miércoles y sábado a las 15 hs, pero la cocina, era la única que trabajaba jornada completa. 

Con la puerta de entrada cerrada, para el bien de todos, la puerta de la heladera no dejaba de abrirse, Camila iba por un refrigerio y terminaba en la cocina.

Allí radicaba el enojo de la pava, ya que una de las actividades favoritas de Camila era calentarla, para un mate, un café o un té, porque la ociosidad que trae el cautiverio es más fácil de llevar si se la toma con algo calentito.

-¡Me deja con el agua hirviendo! Y se va a hacer zumba por YouTube o atiende una videollamada, ¡Se olvida de mí

y me deja caliente! ¡Juntando zarro! ¡A mí! ¡Con cuarenta años de profesión! Y los mejores, se los deje a su mamá, ella si sabia la diferencia entre caliente e hirviendo.

– No te calientes, querida, ¿no ves que esta aburrida? Ella no está acostumbrada a estar todo el tiempo acá como nosotros- Respondía el mate tratando de calmar las aguas.

– Si, eso es cierto. No veo la hora en que pueda salir, porque si me sigue exponiendo al fuego a este ritmo, en dos meses más, me empiezo a descascarar.