Veo una, dos, cuatro paredes de una habitación sin salida aparente. Los alimentos están allí, pero el hambre se agotó hace ya días. Veo figuras tomando formas en cada sombra obscura que se mueve. Escucho ruidos raros provenientes del ático y pienso que es el gato que se escapó hace semanas. Lo llamo, pero no contesta más que con sonoros golpes de algo que parece mucho más pesado que un pequeño gato. Cuando se deja de escuchar el golpeteo puedo dormir un poco. De las cortinas que forran la ventana ya no salen rayos de luz natural y la artificial proveniente de una pequeña lámpara de bombilla tenue ya se esfumo un día antes de ayer. El tiempo se detuvo por un segundo que se expandió a través de la semana, atrapándome en una amalgama de pensamientos burdos que siegan mi juicio. El reloj de pared marca las doce en punto desde ayer a las diez, y lo sé porque el que adorna mi muñeca aún no se ha estropeado, aunque quizás solo sea cuestión de tiempo. No hay sol, no hay luna, no hay estrellas en aquel lugar, solo el incesante golpe de paredes. Quiero salir, pero no puedo, la puerta está cerrada desde el otro lado. Llamo y llamo, pero nadie contesta, solo mas golpeteos al otro lado también. Los últimos atisbos de luz se esfumaron hace una semana y las luces de las lámparas se apagaron para nunca volver a brillar. Mi soledad, la obscuridad y yo empezamos a hablar, pero no llegamos a ningún concilio, Mi soledad quiere estar sola, mientras que la obscuridad solo está allí, con mirada perdida a la nada absoluta, y yo, que no soy mucho de amigos, solo quiero alguien con quien tener una conversación. Me empezaron a hablar en susurros a mi cabeza, no se quien lo hace, pero no lo hace con buenas intenciones porque menciono el cuchillo de debajo de la cama. Lo tome por curiosidad y aunque no lo puedo ver, lo puedo sentir cortar mi carne. No hay dolor, así como no hay esperanza; solo locura.

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