El virus está ahí fuera. No se ve, no se huele, pero ha conquistado un lugar frente a nosotros, tras los muros de las casas y los cristales de las ventanas.

Las calles están vacías. En mi terraza respiro con reparo el frescor de esta extraña primavera muda. ¿Será posible que el aire arrastre partículas contaminadas hasta las alturas? Las sospechas se ceban en los legos en materia sanitaria o científica. La información que nos llega es excesiva y procuramos depurar lo cierto, pero ¿qué otros aspectos no nos dicen que nos obliga a este aislamiento inhumano que nos asola?

El silencio de risas y voces, sobrecoge. No hay niños jugando, ni deportistas, ni paseantes. Apenas circula algún coche por las vías desiertas. Los cerrojos de las tiendas echados, los bares cerrados, las mesas y sillas de las terrazas recogidas. Carteles en las ventanas dando las gracias, otros, animando a seguir adelante y cada día a las ocho aplausos de agradecimiento. Quince días de reclusión minan nuestra voluntad y nuestras fuerzas. Contrasta con nuestra inacción social la actividad frenética del personal sanitario en los hospitales, y de las fuerzas armadas en las calles, desinfectando, vigilando y controlando a quienes se saltan la alerta sanitaria.

Lo que está por llegar nos inquieta. Lo que nos daba seguridad nos está prohibido. Los abrazos, los besos, la cercanía no es posible. Aventurarse a ir a comprar comida nos asusta. La infección puede venir de cualquier parte, de cualquier objeto que haya tocado alguien, incluso sin síntomas. Casi todas las personas con las que coincido en el supermercado van como yo, con mascarilla en la cara y guantes de látex en las manos, evitando el contacto visual por miedo a conocernos. Es un reto hacer la compra, buscar productos dentro de la escasez; crear distancias con los otros; extremar la higiene al llegar a casa en las manos, los envases y su contenido para evitar que el bicho se cuele en nuestra intimidad y nos invada.

Por la noche cierro los ojos con fuerza como barrera frente al minúsculo virus coronado, para que no contagie mis sueños mientras duermo.

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