Me mira con su par de ojos aceituna, como muy enamorado, sonríe sin decir una palabra, se le ve contento. Yo, igual sonrío, dice que parpadeo mucho; a los dos, de manera cursi e inevitable, nos ha dado por suspirar.
Me gusta cocinar para él, enrollo jamón y enfrío una cerveza para su llegada; mientras guiso, reímos mucho, me abraza y besa mi cuello, susurrando, me dice que me ama. Yo cierro los ojos, ¡ahí viene, un suspiro se me escapa!
Charlamos, como en sesión de diván, sin rumbo, dejando temas inconclusos, con silencios hermosos. Otras veces nos ponemos zonzos y cantamos: canciones infantiles, rancheras y francesas.
¿Que si bailamos?, ¡claro!, hasta ahora: son cubano, cumbia mexicana y un poco de funk. Nos divertimos, pero igual nos gusta el drama, leemos en la terraza: “¿Qué es la vida?: un frenesí. ¿Qué es la vida?: una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Así estamos aquí, soñando, anhelando que todo estará bien, que pronto se irá el bicho, que volveremos a abrazarnos, a ver las parvadas al atardecer. Soñamos que todo pasará, que tampoco regresarán los altos indicadores de inseguridad, los homicidios y los feminicidios que ya teníamos antes del coronavirus, soñamos que seremos más creativos, más solidarios y humanitarios.
Mientras tanto, abrazo mi vida acuartelada, abrazo esta ficción; canto I feeling good y bailo con Marvin Gaye en medio de una sala, una ciudad, un país y un mundo que colapsa. No me tomen por insensible, es sólo que la contingencia me ha pillado un poco enamorada.
*La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca.
*I feeling good versión Nina Simon.
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