Resistir desde el alambre

Todo ha quedado trastocado, como en el desconcierto que sigue a un trueno repentino y cercano.

Ni los muebles de mi vecino de arriba encuentran su sitio. Las únicas señales de vida, aparte del diluvio de WhatsApps, provienen ahora de los inquilinos colindantes, uno arrastrando cachivaches, otro peleándose con su mujer, de modo que, solo cuando oigo al perrito de al lado siento que aún hay motivos para la esperanza.

Mis ganas de vivir están siendo embestidas desde todas las esquinas.

La omnipresencia de autoridades fingiendo seguridad en sus mensajes y la insistencia de los medios, me demuestran que aún falta lo peor y, sin embargo, todas ellas concluyen con un candoroso y obstinado mensaje de necesario optimismo.

Sólo creo en los dioses que están o estuvieron en la tierra, es decir personas a las que admiro por su humanidad o creatividad.

No soy de liturgias sino de disfrutes: con la belleza, la inteligencia y la bondad, además de con el buen comer y beber.

Llevaba años en el laberinto de una vida con escaso sentido, perdido, aunque disfrutando de paseos y compañías Sin imaginar la posibilidad de una reclusión general, en la que el hilo de ficción que me hacía sentir la brisa de libertad, se fuera a desinflar como un globo que sale volando entre pedos y silbidos antes de anudarlo.

¡Ni Amazon responde ya de sus plazos de entrega!

Hasta el consuelo del consumo nos falla, y nos lo sustituyen por el rezo del rosario desde Fátima.

No tardarán curas y tele-predicadores de todas las religiones en copar las franjas de mayor audiencia para alternar en ellas con las comparecencias de autoridades policiales y sanitarias.

Y sin embargo… ahora que me pongo el traje de los domingos para bajar la basura y me deleito en el escaso recorrido hasta el contenedor, entiendo que la mirilla de mi encierro se ha convertido en balcón, y brindo por la resistencia y por la esperanza de volver a los abrazos y a los paseos.

Ahora con otra mirada, con otro sentido.